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EN LAS ESTANCIAS DE CLÍO

Buscando en el baúl de los recuerdos...

Literalmente.
Hace bastantes años, el aposentador de este blog se dedicó una mañana entera a hacer limpieza en el desván de la casa del pueblo, en compañía de su padre.
Entre las cajas que se bajaron, había una llena de libros antiguos, que aún hoy no acabamos de saber muy bien cómo fueron a parar allí. La mayoría eran de trigonometría, aritmética y demás, casi todos publicados entre 1950 y 1960. Sin embargo, había una llamativa excepción:
uno de los libros tenía una portada en la que aparecía dibujada a plumilla la fachada frontal del Partenón. El título decía Compendio de Historia Universal. El autor era el P. José Mundó S. J.
Debajo del nombre del autor se podía leer Edad Antigua. Debajo de la imagen de la Acrópolis los datos de la edición: Barcelona, Librería religiosa, Calle Aviñó 20, 1914.

Pues sí, tenía en mis manos nada más y nada menos que un libro de Historia Antigua escrito por un sacerdote en 1914. Inmediatamente, adquirió el rango de joya bibliográfica de mi biblioteca particular, que aún conserva.
Hay que decir que el libro no está nada mal. El estudio de las culturas antiguas, sobre todo Mesopotamia, Grecia y Roma que plantea el libro se hace desde una perspectiva detallada, y sorprendentemente amena.

Pero claro, estamos hablando de un libro de comienzos del siglo XX. Y escrito por un religioso. Evidentemente, cuestiones, digamos "delicadas" como el origen del hombre sólo podía hacerse desde una perspectiva peculiar.
Aquí es donde quería llegar. Las siguientes líneas son una transcripción de cómo se describe el origen del género humano en dicha obra. Obsérvese la curiosa manera de adoptar el debate creacionismo vs. evolucionismo (desde la primera postura, claro está).

"Después de criar (sic) Dios el universo, crió (sic) el primer hombre, que se llamó Adán; haciéndolo a su imagen y dándole por compañera una mujer para que tuviera descendencia.
Los que se empeñan en envilecer su árbol genealógico con el de los monos, muestran especial interés en dar a su linaje fabulosa antigüedad. Según ellos, la bestia a quien reconocen por su padre, ya que en el período terciario había trocado su erudito nombre de pithecánthropos por el más humilde de homo stupidus (hombre estúpido). Verdad es que no había ganado mucho, ni en lo sonoro del título, ni en las mañas; que no usaba todavía del fuego ni de artefacto ninguno. Pero ya sabía hablar o por lo menos entender los chillidos de sus congéneres. En tal estado pasó el homo stupidus centenares de miles de años sin dejar de sí huella ninguna sino en la mente de sus admiradores, hasta convertirse en lo que es ahora, homo sapiens.
¿Qué argumentos tiene esos sabios para autentificar sus títulos nobiliarios? Primero, que existen monos y hombres que se les parecen. Segundo, que se han encontrado unos huesos fósiles, que decían ser de hombre y resultan ser de bestia. Tercero, que se han descubierto otros huesos, humanos sí, pero cuya antigüedad niegan los mismos racionalistas. Cuarto, el hallazgo en terreno terciario de algunas piedras de bordes cortantes, llamadas eolitos, las cuales, según enseñan los geólogos, deben su forma al fuego, al hielo o percusiones fortuitas. Por fin, se acogen a que probablemente la morada del pithecánthropos se hundió en el fondo de los mares. Dejémosles que buceen en busca de ella y nos avisen cuando la encuentren.
Nosotros, aunque no hemos de aventurarnos a señalar con guarismos la antigüedad del hombre, pues ni tenemos datos históricos para ello ni la podemos deducir de la Sagrada Escritura, según opinan los exégetas católicos; cerrando los oídos a las voces de los que intentan hacer de nuestros antepasados unas bestias algo más desarrolladas que las otras, sigamos al inspirado autor que nos dice: Crió (sic), pues Dios al hombre a imagen suya: a imagen de Dios le crió (sic); criólos (sic) varón y hembra. (Gén. I. 27). Había plantado el Señor Dios, desde el principio, un jardín delicioso, en el cual colocó al hombre que había formado (Gén. II. 8)."

La verdad es que el texto no tiene desperdicio. El análisis crítico de los argumentos evolucionistas le deja a uno boquiabierto.

6 comentarios

Shoikan -

Siempre he pensado que los curas deberían dedicarse a dar sus sermones en las iglesias y no a hacer proselitismo de su mitología en los libros que se suponen de Historia.

Saludos.

P.D: Una curiosidad ... ¿Era el cura en cuestión experto en biología o antropología?

Piloto -

El blogmaster de este blog es un hereje, mira que cuestionar el creacionismo, en la hotuera tenías que arder, eso sí, vuelta y vuelta y con sal :-D.

Me mola Paseante.

josemi -

A mi me que he estudiado en un cole casi del opus (y no en 1914), me suenan bastante esos argumentos, aunque sabiendo que la evolucion estaba mas o menos aceptada por el CV II, no daban mucha caña.

Toni M. Jover -

De todas maneras... ¡bendita reliquia ese libro!

Macías P. -

Mas que un análisis crítico parece que haga pitorreo. De todas formas debe existir algún problema para determinadas personas en aceptar la teoría de la evolución.

José Luis Calvo -

¿1914? Pues parece de la época del obispo anglicano Usher, más o menos. Ya en 1904 se había publicado una defensa de la evolución desde posiciones católicas: La evolución y el dogma por J. A. Zahm, de la Universidad de Notre Dame. Sociedad Editorial Española, Madrid 1904. El padre Mundó estaba pelín desfasado ;-)