Los cátaros: más acá del mito (IV)
¿En qué consistió la Cruzada?
Cuando Inocencio III ascendió al papado, se inició la ofensiva católica. Desde julio de 1200 se declara que los herejes de Occitania serán poscritos y sus bienes confiscados. Pero la aplicación de estas disposiciones corresponde a los barones, que se hacen los locos. Entonces, la Iglesia decide actuar por sí misma. El Císter, con el legado papal Arnaud Amaury a la cabeza, se encarga de depurar al clero corrupto, incluidos obispos y arzobispos, a los que se culpa de la situación.
La alta nobleza occitana, con Raimundo VI de Tolosa a la cabeza, sigue haciéndose el longuis. En 1206, los cistercienses están desencantados por los escasos resultados de su lucha contra la herejía. Pero en ese mismo año, aparece en escena Diego de Osma, que ofrece una nueva arma para la causa: usar las mismás tácticas que los perfectos, o sea, predicación y probeza. Otro castellano, Domingo de Guzmán, le secunda. Tras la muerte del primero en 1207, continúa la predicación. Logra algunos resultados, haciendo a varios herejes volver al redil católico, pero el sistema exige paciencia. Paciencia que los cistercienses (que esperaban adhesiones en masa) no tienen.
Desde 1204, tras la IV cruzada contra Bizancio, Inocencio III plantea la posibilidad de una cruzada contra los cátaros. El tabú de empuñar la cruz contra otras gentes cristianas ha caído.
El legado papal, Pierre de Castelnau, se entrevista con Raimundo VI. Al negarse éste a perseguir a sus vasallos herejes y a devolver a la Iglesia los bienes confiscados, es excomulgado. El 14 de enero de 1208, Castelnau es asesinado por un escudero del conde. Nunca quedará del todo claro si por orden suya o no. Pero para el Papa y la Iglesia el asesinato es una declaración de guerra.
El 9 de marzo de 1209, Inocencio III proclama la indulgencia de cruzada a todos los que vayan a combatir a los herejes. La oferta es tentadora: Occitania es un país rico y escasamente defendido. El rey de Francia, Felipe Augusto, no toma parte, recelando de la legalidad de dicha cruzada. Arnaud de Amaury asume la jefatura.
Viendo lo que se le viene encima, Raimundo Vi se somete. Su sobrino Raimundo-Roger Trencavel intenta hacer lo propio, pero su sumisión es rechazada, al ser acusado de hereje. Sus tierras son invadidas. Béziers es sometida a un saqueo brutal. Carcasona es entrega y Trencavel es capturado. Muere a los pocos días en la cárcel, de disentería. Sus tierras pasan a uno de los barones de la cruzada, Simon de Montfort, conde de Leicester y señor de dominios a ambos lados del canal de la Mancha.
En 1209, las fortalezas y villas de las montañas resisten. A lo largo de 1210 y 1211 caen en manos de Montfort Bram, Minerve, Termes, Cabaret, Lavarn... conquistas que van acompañadas de la quema de cientos de herejes.
Los cátaros abandonan las ciudades y se dispersan por el campo, buscando el apoyo de los descontentos con los nuevos señores.
Raimundo Vi intenta reconciliarse con la Iglesia. Pero las exigencias papales le dejan cada vez más claro que se busca borrar del mapa a la nobleza occitana y la autonomía de las ciudades. Decide entonces plantar cara: Montfort intenta tomar Tolosa pero fracasa. Pedro II de Aragón entra en escena. Católico y martillo de herejes (mandó a la hoguera a varios de ellos en los últimos años del siglo XII). Señor de buena parte de Occitania. Vencedor de las Navas de Tolosa. Los occitanos cierran filas en torno a él.
Después de un fracasado intento de negociar, el 12 de septiembre de 1213, los aragoneses y occitanos se enfrentan a los cruzados en Muret. Pedro II es derrotado y muerto. Montfort entra en Tolosa.
Mientras, en 1215, Domingo de Guzmán recibe permiso papal para fundar una orden de predicadores, que combatirá la herejía con la palabra. Son los dominicos.
En 1216, Simon de Montfort es reconocido señor de toda Occitania. Raimundo VII, hijo de Raimundo VI, sólo conserva de los dominios de su padre la Provenza. Aunque no era zona cátara sí había resentimiento contra los cruzados. Las ciudades provenzales (Arlés, Aviñón, Marsella...) apoyan a Raimundo VII, que lanza un ataque contra la ciudad de Beaucaire, de donde Montfort logra huir por los pelos.
Su padre, Raimundo VI, reuniendo al sur de los Pirineos un ejército de faidits (caballeros occitanos exiliados) avanza sobre Tolosa. Montfort ve cómo se derrumba su dominio. Perdida Tolosa, intenta recuperarla, pero muere en el asedio (25 de junio de 1218). Los cruzados se habían excedido. Se estaba intentando hacer desaparecer a la nobleza local, imponiendo usos y costumbres de origen septentrional (Estatutos de Pamiers) como la primogenitura, para evitar la atomización de los señoríos.
Honorio III, sucesor de Inocencio III, pide al rey de Francia tropas para poner fin al contraataque occitano. Las envía a las órdenes de su hijo Luis, futuro Luis VIII. Este ejército saquea de manera brutal Marmande, pero fracasa ante Tolosa y se retira. En 1222, Raimundo VI muere. Los faidits van regresando poco a poco, incluido Raimundo Trencavel, hijo del infortunado Raimundo-Roger, quien recupera Carcasona. Es la hora de la venganza. Los antiguos cruzados y sus colaboradores son pasados a cuchillo.
Entre 1220 y 1230, el catarismo conoce una nueva primavera. Obispos y diáconos cátaros reaparecen por doquier. Se vuelven a celebrar reuniones y coloquios con teólogos católicos. Sin embargo, a pesar de las simpatías populares hacia los cátaros, no se produce una adhesión en masa.
Luis VIII prepara una nueva cruzada en 1226. Varios territorios son conquistados, los dominios confiscados a los herejes pasan al rey, quien fallece poco después. Aún hay tres años más de guerra. Occitania está agotada. El Papa prohíbe el acceso de los comerciantes occitanos a las ferias de Champaña. En las ciudades, los partidos consulares partidarios de la paz se imponen a los partidarios de la resistencia. Todo esto concluye en la Paz de Meaux (12 de abril de 1229), más una capitulación de Raimundo VII que otra cosa. Tiene que entregar casi todas sus tierras al rey de Francia y a la Iglesia. Su hija se debe casar con un hermano del rey. Sus dominios se desmilitarizan y debe pagar una fuerte indemnización y comprometerse a perseguir a los herejes.
En 1229 se celebra un concilio en Tolosa, que redunda en el control jurídico de la Occitania, marcando corto a sus señores y ciudades, prohibiendo su asociación en ligas y comunas y perfilando las técnicas y procedimientos para perseguir y juzgar herejes.
En 1234, el Papa encarga a los dominicos la persecución de los cátaros. Ha nacido la Inquisición, cuyos interrogatorios e investigaciones no irán acompañados por la tortura a manos del brazo secular hasta 1260.
Los procesos son terribles. Incluso se exhuman cadáveres. Ello desencadena una reacción muy violenta contra los inquisidores, sobre todo en Tolosa.
La jerarquía cátara empieza a emigrar al norte de Italia. El dinero cátaro se vuelve más útil que nunca: pagar pasadores, comprar silencios, buscar apoyos, contratar hombres de armas que los protejan...
En 1237, la situación da un vuelco. Luis IX tiene problemas con Enrique III de Inglaterra. Y en Italia, las ciudades lombardas han sido vencidas por el emperador Federico II, lo que pone al Papa contra las cuerdas.
Los señores occitanos llevan a cabo su último esfuerzo. Raimundo VII navega entre dos aguas, entre el Papa y el emperador, recuperando parte de sus tierras y refortificándolas. Raimundo Trencavel entra de nuevo en escena, tomando el burgo de Carcasona (pero no la Cité) y algunas fortalezas. 33 sacerdotes son asesinados. Pero no da más de sí. No es capaz de seguir el avance. Y Raimundo no le apoya. Trencavel se retira, comenzando de nuevo la represión en Carcasona.
En 1241, Raimundo prepara una rebelión contra Francia con el apoyo de los señores de Foix, Armañac, Cominges, Rodez y el rey de Aragón. La rebelión irá coordinada con un desembarco de Enrique III de Inglaterra en Francia.
El 28 d emayo de 1242, Pierre-Roger de Mirepoix, comandante de la fortaleza de Montségur, al mando de 50 hombres, asesina en Avignonet a los inquisidores de Tolosa. Raimundo VII pasa al ataque... en vano. Enrique III es rápidamente derrotado por Luis IX, Jaime I de Aragón se inhibe en el último momento, varios señores -como el de Foix- se pasan al bando francés. Raimundo se queda solo en cuestión de pocas semanas. Pide la paz, que Luis IX le concede. Se firma en Lorris, en enero de 1243. Raimundo deja manos libres a los franceses para que tomen los últimos núcleos rebeldes.
En junio de 1243 se pone cerco a Montségur. El asedio dura hasta el 1 de marzo de 1244, en que se establece en margen de 15 días para la capitulación. A los defensores se les perdona la vida, previo interrogatorio de la inquisición. A los cátaros que abjuren, también. Ningún perfecto abjura. Todos -unos 200- son quemados en lo que, desde entonces, se llama el "Prat dels Cremats".
CURIOSIDAD SOBRE EL MONTSÉGUR: la fortaleza, a pesar de no resultar muy dañada, fue reconstruida dos años después por Guy de Levis. De ahí procede su aspecto actual (y de la reconstrucción de las murallas iniciada en los años 70 del siglo XX). A pesar del tópico, el Montségur de hoy no es el Montségur de los cátaros, tomado en 1244. Quedan así invalidadas las teorías de Ferdinand Niel que en los años 50 establecía sobre el plano de la fortaleza una serie de alineaciones astronómicas que atribuía a un culto religioso de carácter solar.
Aún resistió alguna fortaleza más. La última, Quéribus, cayó en 1255.
¿Qué pasó después?
Raimundo VII murió en 1249, después de mostrar un especial celo anticátaro en sus últimos años. Sin descendencia masculina, sus tierras pasaron a un hermano del rey de Francia.
A partir de 1255, la inquisición mostró una eficacia temible. Los delatores proliferaron. El éxodo cátaro hacia Italia fue en aumento. Luis IX, a través de una inteligente política de perdón, compensaciones económicas y promoción en la administración real, se atrajo a las familias nobles que habían luchado contra franceses y cruzados.
Luis IX se aseguró que los dominios occitanos fueran controlados por la Casa de Francia. Contrariamente a sus expectativas, la Iglesia no obtuvo excesivas compensaciones. Muchos obispos e incluso el Papa reconocieron que la Iglesia había estado trabajando en buena medida para la Casa de Francia, más que para el catolicismo. El futuro san Luis les había arrebatado la parte del león delante de sus narices.
Entre 1260 y 1285, el perfecto Guillaume Pagés predica en algunas zonas. Entre 1295 y 1309, Pierre Auhié hace lo propio, pero acaba en la hoguera. También Guillaume Bélibaste, último perfecto, de la zona de Montaillou, quien es quemado en 1321. En 1329, se queman en Carcasona a tres "creyentes" relapsos (es decir, que habían abandonado el catarismo, se habían convertido al catolicismo, pero habían vuelto a practicar el catarismo). Son los últimos mártires del catarismo. En 1350, el catarismo occitano puede darse por desaparecido.
En esa desaparición jugará un importante papel la nueva posición de la Iglesia católica. Las órdenes como los franciscanos y los dominicos suponían una adaptación a la nueva realidad. Las ciudades ya no eran Babilonia. Los dominicos hablan en sus prédicas de cristianismo y mercantilismo; los franciscanos se dirigen de manera clara y comprensible a las gentes sencillas. Llega una hornada de sacerdotes y obispos mejor preparados que sus predecesores.
Ni las ciudades ni los comerciantes son diabólicos ahora. Se ha entendido la necesidad de explicar a los "simples" el Evangelio, para disipar sus dudas. La iglesia, tras un baño de sangre, se subía al tren de la Historia con casi dos siglos de retraso.
Cuando Inocencio III ascendió al papado, se inició la ofensiva católica. Desde julio de 1200 se declara que los herejes de Occitania serán poscritos y sus bienes confiscados. Pero la aplicación de estas disposiciones corresponde a los barones, que se hacen los locos. Entonces, la Iglesia decide actuar por sí misma. El Císter, con el legado papal Arnaud Amaury a la cabeza, se encarga de depurar al clero corrupto, incluidos obispos y arzobispos, a los que se culpa de la situación.
La alta nobleza occitana, con Raimundo VI de Tolosa a la cabeza, sigue haciéndose el longuis. En 1206, los cistercienses están desencantados por los escasos resultados de su lucha contra la herejía. Pero en ese mismo año, aparece en escena Diego de Osma, que ofrece una nueva arma para la causa: usar las mismás tácticas que los perfectos, o sea, predicación y probeza. Otro castellano, Domingo de Guzmán, le secunda. Tras la muerte del primero en 1207, continúa la predicación. Logra algunos resultados, haciendo a varios herejes volver al redil católico, pero el sistema exige paciencia. Paciencia que los cistercienses (que esperaban adhesiones en masa) no tienen.
Desde 1204, tras la IV cruzada contra Bizancio, Inocencio III plantea la posibilidad de una cruzada contra los cátaros. El tabú de empuñar la cruz contra otras gentes cristianas ha caído.
El legado papal, Pierre de Castelnau, se entrevista con Raimundo VI. Al negarse éste a perseguir a sus vasallos herejes y a devolver a la Iglesia los bienes confiscados, es excomulgado. El 14 de enero de 1208, Castelnau es asesinado por un escudero del conde. Nunca quedará del todo claro si por orden suya o no. Pero para el Papa y la Iglesia el asesinato es una declaración de guerra.
El 9 de marzo de 1209, Inocencio III proclama la indulgencia de cruzada a todos los que vayan a combatir a los herejes. La oferta es tentadora: Occitania es un país rico y escasamente defendido. El rey de Francia, Felipe Augusto, no toma parte, recelando de la legalidad de dicha cruzada. Arnaud de Amaury asume la jefatura.
Viendo lo que se le viene encima, Raimundo Vi se somete. Su sobrino Raimundo-Roger Trencavel intenta hacer lo propio, pero su sumisión es rechazada, al ser acusado de hereje. Sus tierras son invadidas. Béziers es sometida a un saqueo brutal. Carcasona es entrega y Trencavel es capturado. Muere a los pocos días en la cárcel, de disentería. Sus tierras pasan a uno de los barones de la cruzada, Simon de Montfort, conde de Leicester y señor de dominios a ambos lados del canal de la Mancha.
En 1209, las fortalezas y villas de las montañas resisten. A lo largo de 1210 y 1211 caen en manos de Montfort Bram, Minerve, Termes, Cabaret, Lavarn... conquistas que van acompañadas de la quema de cientos de herejes.
Los cátaros abandonan las ciudades y se dispersan por el campo, buscando el apoyo de los descontentos con los nuevos señores.
Raimundo Vi intenta reconciliarse con la Iglesia. Pero las exigencias papales le dejan cada vez más claro que se busca borrar del mapa a la nobleza occitana y la autonomía de las ciudades. Decide entonces plantar cara: Montfort intenta tomar Tolosa pero fracasa. Pedro II de Aragón entra en escena. Católico y martillo de herejes (mandó a la hoguera a varios de ellos en los últimos años del siglo XII). Señor de buena parte de Occitania. Vencedor de las Navas de Tolosa. Los occitanos cierran filas en torno a él.
Después de un fracasado intento de negociar, el 12 de septiembre de 1213, los aragoneses y occitanos se enfrentan a los cruzados en Muret. Pedro II es derrotado y muerto. Montfort entra en Tolosa.
Mientras, en 1215, Domingo de Guzmán recibe permiso papal para fundar una orden de predicadores, que combatirá la herejía con la palabra. Son los dominicos.
En 1216, Simon de Montfort es reconocido señor de toda Occitania. Raimundo VII, hijo de Raimundo VI, sólo conserva de los dominios de su padre la Provenza. Aunque no era zona cátara sí había resentimiento contra los cruzados. Las ciudades provenzales (Arlés, Aviñón, Marsella...) apoyan a Raimundo VII, que lanza un ataque contra la ciudad de Beaucaire, de donde Montfort logra huir por los pelos.
Su padre, Raimundo VI, reuniendo al sur de los Pirineos un ejército de faidits (caballeros occitanos exiliados) avanza sobre Tolosa. Montfort ve cómo se derrumba su dominio. Perdida Tolosa, intenta recuperarla, pero muere en el asedio (25 de junio de 1218). Los cruzados se habían excedido. Se estaba intentando hacer desaparecer a la nobleza local, imponiendo usos y costumbres de origen septentrional (Estatutos de Pamiers) como la primogenitura, para evitar la atomización de los señoríos.
Honorio III, sucesor de Inocencio III, pide al rey de Francia tropas para poner fin al contraataque occitano. Las envía a las órdenes de su hijo Luis, futuro Luis VIII. Este ejército saquea de manera brutal Marmande, pero fracasa ante Tolosa y se retira. En 1222, Raimundo VI muere. Los faidits van regresando poco a poco, incluido Raimundo Trencavel, hijo del infortunado Raimundo-Roger, quien recupera Carcasona. Es la hora de la venganza. Los antiguos cruzados y sus colaboradores son pasados a cuchillo.
Entre 1220 y 1230, el catarismo conoce una nueva primavera. Obispos y diáconos cátaros reaparecen por doquier. Se vuelven a celebrar reuniones y coloquios con teólogos católicos. Sin embargo, a pesar de las simpatías populares hacia los cátaros, no se produce una adhesión en masa.
Luis VIII prepara una nueva cruzada en 1226. Varios territorios son conquistados, los dominios confiscados a los herejes pasan al rey, quien fallece poco después. Aún hay tres años más de guerra. Occitania está agotada. El Papa prohíbe el acceso de los comerciantes occitanos a las ferias de Champaña. En las ciudades, los partidos consulares partidarios de la paz se imponen a los partidarios de la resistencia. Todo esto concluye en la Paz de Meaux (12 de abril de 1229), más una capitulación de Raimundo VII que otra cosa. Tiene que entregar casi todas sus tierras al rey de Francia y a la Iglesia. Su hija se debe casar con un hermano del rey. Sus dominios se desmilitarizan y debe pagar una fuerte indemnización y comprometerse a perseguir a los herejes.
En 1229 se celebra un concilio en Tolosa, que redunda en el control jurídico de la Occitania, marcando corto a sus señores y ciudades, prohibiendo su asociación en ligas y comunas y perfilando las técnicas y procedimientos para perseguir y juzgar herejes.
En 1234, el Papa encarga a los dominicos la persecución de los cátaros. Ha nacido la Inquisición, cuyos interrogatorios e investigaciones no irán acompañados por la tortura a manos del brazo secular hasta 1260.
Los procesos son terribles. Incluso se exhuman cadáveres. Ello desencadena una reacción muy violenta contra los inquisidores, sobre todo en Tolosa.
La jerarquía cátara empieza a emigrar al norte de Italia. El dinero cátaro se vuelve más útil que nunca: pagar pasadores, comprar silencios, buscar apoyos, contratar hombres de armas que los protejan...
En 1237, la situación da un vuelco. Luis IX tiene problemas con Enrique III de Inglaterra. Y en Italia, las ciudades lombardas han sido vencidas por el emperador Federico II, lo que pone al Papa contra las cuerdas.
Los señores occitanos llevan a cabo su último esfuerzo. Raimundo VII navega entre dos aguas, entre el Papa y el emperador, recuperando parte de sus tierras y refortificándolas. Raimundo Trencavel entra de nuevo en escena, tomando el burgo de Carcasona (pero no la Cité) y algunas fortalezas. 33 sacerdotes son asesinados. Pero no da más de sí. No es capaz de seguir el avance. Y Raimundo no le apoya. Trencavel se retira, comenzando de nuevo la represión en Carcasona.
En 1241, Raimundo prepara una rebelión contra Francia con el apoyo de los señores de Foix, Armañac, Cominges, Rodez y el rey de Aragón. La rebelión irá coordinada con un desembarco de Enrique III de Inglaterra en Francia.
El 28 d emayo de 1242, Pierre-Roger de Mirepoix, comandante de la fortaleza de Montségur, al mando de 50 hombres, asesina en Avignonet a los inquisidores de Tolosa. Raimundo VII pasa al ataque... en vano. Enrique III es rápidamente derrotado por Luis IX, Jaime I de Aragón se inhibe en el último momento, varios señores -como el de Foix- se pasan al bando francés. Raimundo se queda solo en cuestión de pocas semanas. Pide la paz, que Luis IX le concede. Se firma en Lorris, en enero de 1243. Raimundo deja manos libres a los franceses para que tomen los últimos núcleos rebeldes.
En junio de 1243 se pone cerco a Montségur. El asedio dura hasta el 1 de marzo de 1244, en que se establece en margen de 15 días para la capitulación. A los defensores se les perdona la vida, previo interrogatorio de la inquisición. A los cátaros que abjuren, también. Ningún perfecto abjura. Todos -unos 200- son quemados en lo que, desde entonces, se llama el "Prat dels Cremats".
CURIOSIDAD SOBRE EL MONTSÉGUR: la fortaleza, a pesar de no resultar muy dañada, fue reconstruida dos años después por Guy de Levis. De ahí procede su aspecto actual (y de la reconstrucción de las murallas iniciada en los años 70 del siglo XX). A pesar del tópico, el Montségur de hoy no es el Montségur de los cátaros, tomado en 1244. Quedan así invalidadas las teorías de Ferdinand Niel que en los años 50 establecía sobre el plano de la fortaleza una serie de alineaciones astronómicas que atribuía a un culto religioso de carácter solar.
Aún resistió alguna fortaleza más. La última, Quéribus, cayó en 1255.
¿Qué pasó después?
Raimundo VII murió en 1249, después de mostrar un especial celo anticátaro en sus últimos años. Sin descendencia masculina, sus tierras pasaron a un hermano del rey de Francia.
A partir de 1255, la inquisición mostró una eficacia temible. Los delatores proliferaron. El éxodo cátaro hacia Italia fue en aumento. Luis IX, a través de una inteligente política de perdón, compensaciones económicas y promoción en la administración real, se atrajo a las familias nobles que habían luchado contra franceses y cruzados.
Luis IX se aseguró que los dominios occitanos fueran controlados por la Casa de Francia. Contrariamente a sus expectativas, la Iglesia no obtuvo excesivas compensaciones. Muchos obispos e incluso el Papa reconocieron que la Iglesia había estado trabajando en buena medida para la Casa de Francia, más que para el catolicismo. El futuro san Luis les había arrebatado la parte del león delante de sus narices.
Entre 1260 y 1285, el perfecto Guillaume Pagés predica en algunas zonas. Entre 1295 y 1309, Pierre Auhié hace lo propio, pero acaba en la hoguera. También Guillaume Bélibaste, último perfecto, de la zona de Montaillou, quien es quemado en 1321. En 1329, se queman en Carcasona a tres "creyentes" relapsos (es decir, que habían abandonado el catarismo, se habían convertido al catolicismo, pero habían vuelto a practicar el catarismo). Son los últimos mártires del catarismo. En 1350, el catarismo occitano puede darse por desaparecido.
En esa desaparición jugará un importante papel la nueva posición de la Iglesia católica. Las órdenes como los franciscanos y los dominicos suponían una adaptación a la nueva realidad. Las ciudades ya no eran Babilonia. Los dominicos hablan en sus prédicas de cristianismo y mercantilismo; los franciscanos se dirigen de manera clara y comprensible a las gentes sencillas. Llega una hornada de sacerdotes y obispos mejor preparados que sus predecesores.
Ni las ciudades ni los comerciantes son diabólicos ahora. Se ha entendido la necesidad de explicar a los "simples" el Evangelio, para disipar sus dudas. La iglesia, tras un baño de sangre, se subía al tren de la Historia con casi dos siglos de retraso.
7 comentarios
Gaby -
El Guasio -
Humanoide -
Toni M. Jover -
Aposentador -
Toni M. Jover -
Enhorabuena, Aposentador, excelentísimo trabajo. A mí particularmente me ha arrojado mucha luz en torno al catarismo, sus orígenes, credo y motivaciones, y su caída final.
¿Montségur prueba de que los cátaros practicaban un culto solar? Niel andaba un poco despistado en religiones comparadas: no encuentro lugar en una doctrina de corte maniqueísta, y que interpreta el mundo material como una creación demiúrgica, para un dios único de índole solar.
Toni M. Jover -